Foro Generacional - Perú

viernes, setiembre 30, 2005

Por una nueva cultura política:

Creando valor público a través de la renovación generacional
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por Carlos Alza Barco
Director de GRUPAL
No es nuevo decir que en nuestro país la política está desprestigiada. Ser político es desde hace varios años sinónimo de corrupción, actitudes cretinas, golpes bajos y transfugismo, entre otras perlas. Los gobiernos en nuestro país han sido especialmente proactivos en destruir la buena imagen que uno podría tener de la función pública y la política. Es más, se han encargado precisamente de generar antivalores y hacer que estos aparezcan como las grandes cualidades de un político real.

Un político en nuestros días tiene como mandamiento “Si no sabe, confunda”. Los políticos arman argumentos inconsistentes pero falaces, convincentes. Poco importa si son ciertos o no. Pero se sienten locuaces, hábiles con las palabras, juegan con ellas, escapan a las preguntas comprometedoras, repreguntan en lugar de contestar, se llaman a sí mismos eufemísticos.

Un político negocia con todos y negocia lo que sea. El político juega siempre a dos caras, así nunca pierde. Pero no es que sea un hipócrita villano. No! El político es versátil, capaz de acomodarse a todas las circunstancias. Salta de un partido al otro como un pequeño saltamonte. El transfugismo no existen su lenguaje. El político no cambia de camiseta, le da un “giro a su vida”. Por ello las alianzas son siempre posibles, si con ello se vence al contrincante. Recuerde! En política estos son siempre sus enemigos.

Un político en nuestros días pareciera tener el mandamiento de gastar cuanto pueda. Obvio! Un político necesita varios autos, choferes, asistentes, secretarias, asesores, recepcionistas, policías personalizadas para viajes al interior y al exterior del país, masajistas y primera dama. Jamás lo olvide, en este mundo heterocéntrico, si no tiene mujer, consígase una.

Pero además, un político en el Perú jamás reconoce los logros del otro. Por el contrario, tiene una habilidad particular por dedicarse a las minucias, a las cositas sin importancia, a destruir cualquier intento por construir país. El político peruano que vemos a diario, no se preocupa de cómo lograr que los que no tienen electricidad tengan el servicio, sino de la vida privada del Ministro de Energía y Minas. El político de nuestros días no se interesa por recuperar la autoridad del Estado en los conflictos ambientales, sino que está buscando quién financia la campaña del Alcalde de Cajamarca o promover marchas y revueltas para quebrar la legitimidad del gobierno de turno. El político de nuestros días no le importa cuáles son los problemas que se desprenden del Informe de la Comisión de la Verdad, ni mucho menos propone políticas de solución, más bien se fija en despercudirse de las acusaciones, deslegitimar las investigaciones o negarse a asumir las responsabilidades de sus gobiernos.

Un político en el Perú de nuestros días no está preocupado en cómo regular mejor la vida en sociedad para que cada quien pueda expandir sus libertades y satisfaga sus necesidades. El político de hoy está dedicado a la destrucción de las instituciones, a las luchas intestinas, a mantener sus cuotas de poder por más mínimas que estas sean pues eso le da supuestamente mayor legitimidad.

La lista sería interminable y este texto –por ende- también. Uno puede tener varias cosas más en mente. Lo cierto es que esto es lo que todos los días vemos en la televisión, leemos en los diarios y escuchamos en las calles. Y lo que es peor, está internalizado en la población aún cuando nos cruce a todos el meridiano de que algo está mal en todo esto.

Y es que efectivamente no dejo de estar convencido de que lo que se necesita es una nueva cultura política en nuestro país. Redefinir la noción de autoridad, diálogo, participación y darle un sentido más profundo en todas las esferas de nuestras vidas. Esto que parece una verdad de perogrullo es frecuentemente olvidado, y quienes asumen cargos públicos como gerentes públicos suelen olvidar la plena posibilidad que tienen de coadyuvar en esta construcción.

En una empresa privada, los gerentes son contratados para generar valor. Ese valor es un valor económico, riqueza, generar utilidades, ganancias para los dueños de la empresa. Normalmente esto se logra a través de la prestación de servicios o la generación de bienes. En una institución pública, los gerentes también están contratados para generar valor. Pero el valor a crear no está referido a las utilidades o ganancias. O al menos no se limita a ello. El gestor público debe estar orientado fundamentalmente a generar valor público. [1]

Los funcionarios públicos tienen que producir resultados valiosos, y estos resultados tienen que ser contrastados y comparados con el costo de oportunidad y la libertad del consumo privado utilizados para producirlos. Así, un funcionario público podría generar valor de dos formas, sea produciendo bienes o servicios, o también a través de la administración eficiente y responsable de las organizaciones y los recursos públicos para responder a las aspiraciones que los ciudadanos han plasmado a través de los mecanismos de democracia representativa.[2]

El problema es que los funcionarios públicos no usan recursos privados, sino precisamente usan los recursos públicos, que son cobrados a los propios ciudadanos a través de impuestos. Por tanto, la tarea de asegurarle a los ciudadanos y contribuyentes que dichos recursos son usados coherentemente con sus aspiraciones colectivas es al menos tan importante como la satisfacción de los clientes o beneficiarios directos de dicha actividad pública.[3]

Pero lo que muchas veces se ignora en este proceso es que estas funciones gerenciales de prestación de bienes y servicios o de establecimiento de políticas de gestión eficientes de los recursos en atención al interés ciudadano, es un potente instrumento de creación de valor público político.

Un político sea como candidato o ya en el ejercicio del cargo público va creando con cada una de sus acciones valor público respecto de los principios que permiten la convivencia pacífica y el desarrollo individual y social.

En ese sentido, la experiencia del Foro Generacional es una oportunidad pero sobre todo una necesidad para la generación de ese valor público que requiere nuestro país en la construcción de una nueva cultura política. Si los nuevos rostros vienen cargados de viejas prácticas poco se avanzará en dicha labor. Por el contrario, el nuevo mundo político que pretendemos construir devendrá en la acentuación del sistema imperante, de ese mundo donde la falacia, la corrupción, el autoritarismo, la zancadilla o el abuso de poder será el mayor valor.

Una renovación generacional de la política requiere entonces una nueva mirada, una nueva forma de hacer política, y un espacio como el Foro Generacional requiere ser una plataforma de diálogo alturado, inteligente, constructivo y sobre todo honesto, tanto como variopinto en sus ideologías y posturas. No hay que confundirse, no se requiere una palestra que lance a nuevos rostros con viejas prácticas, más bien estamos urgidos de nuevas prácticas que le den un nuevo rostro a la política.

[1] Cfr. Moore, Mark. Creating Public Value. Cambridge: 1998.
[2] Cfr. Cortazar, J.C. & Gutierrez, G Sobre la noción de valor público. Indes/BID, 2004.
[3] Cfr. Op.cit.
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sábado, setiembre 24, 2005

¿Necesitamos una nueva clase política?

Hace más de 100 años, figuras como José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre, Víctor Andrés Belaunde, entre muchos otros, una generación política claramente consciente y programática, conocida como “la generación del 900”, apostaron por la construcción de un país, visto más como Nación que como territorio. Cada uno de ellos, con posturas, pensamientos y acciones diferentes, expresados claramente en libros como “7 ensayos de la realidad peruana”, “peruanidad” y “espacio tiempo histórico”, buscaban llevar a la práctica el sueño de una sociedad más justa.
Para ello convirtieron universidades, fábricas, escuelas, revistas y periódicos en verdaderos espacios de debate. Pero no era cualquier debate, pues no discutían temas intrascendentes, como el saber quién era más popular que el otro, es decir, no le interesaban las encuestas, sino que la discusión estaba centrada entorno a la problemática nacional y la preocupación por encontrar una posible solución y salida como país.
Una característica común era la juventud de estos pensadores, una juventud que en su tiempo no fue vista como sinónimo de inmadures, frivolidad o falta de seriedad, ni fue parametrada en temas como el deporte, la música o la mera diversión, sin que por ello fueran temas olvidados o no desarrollados por dicha generación.
Fue una generación que impactó al país como ninguna otra. Es a partir de sus propios discursos y pensamientos que se desarrollan dos de los partidos más clásicos y duraderos que ha tenido el país, como son: El Partido Comunista y el Partido Aprista Peruano, y la corriente Social Cristiana que hoy también tiene expresiones partidarias.
En esos años la política no se reducía a las apariciones mediáticas, claro que no existía la televisión, el cine era muy exclusivo y el medio masivo era el periódico, aunque su “masividad” no puede ser para nada comparable con la actual. Por ello, hacer política para esa generación era la expresión que definía el organizar movimientos, sindicatos, federaciones, era el producir literatura, discursos, manifiestos, era el plantear ensayos y estudios que posibiliten entender nuestra realidad, era debatir ideas en cuanto espacio fuera posible, era crear, dar dirección, movilizar, educar, confrontar, pero por encima de todo, era ser honesto, no sólo en el sentido económico, es decir, no ser ladrón, sino ser honesto con sus ideales, sus propuestas, sus ideas, ser honesto consigo mismo y con el país.
Ellos nunca se sintieron excluidos por la política, pues ellos eran la política, ellos la hacían, no por ocupar un cargo en el gobierno o poseer grandes recursos económicos, sino por impactar en ella directamente con cada acción o pensamiento. Por supuesto que supieron expresar la renovación de la clase política, pero la expresaron con organizaciones tales como la Federación de Estudiantes del Perú, los diversos sindicatos de trabajadores y obreros y revistas como “el Amauta”. Estos espacios no eran cascarón ni botín de partido alguno, sino que eran la manifestación de todo un movimiento de cambio. Así es que dicha generación pudo fundar las llamadas Universidades del Pueblo, donde se daba cátedra gratuita a personas sin recursos, donde la educación era el primer peldaño para lograr una plena libertad de expresión y conciencia. Esa fue la generación del 900.
Un siglo después, parece que al analizar nuestra historia pasada estuviésemos ante un cuento, ante una leyenda, o simplemente ante algo que hoy sería imposible de realizar.
Hoy, ante nosotros, se nos presenta la imagen más desaliñada y desprolija de la política. No hay necesidad de decir nombres o apellidos de quienes ahora han convertido el quehacer político en sinónimo de robo, engaño, abuso, desigualdad e injusticia. La mal llamada “política” en nuestros días es el antónimo de antaño, es desorganizar, corromper, no educar, confundir, ocultar, no debatir, pelear. Y el medio por excelencia es la televisión. Hoy podemos decir: “no existes en la política, no eres nadie, si no sales en la televisión”. Y para ello no es necesario que una persona salga a expresar ideas o posturas claras y sustentables sobre algún tema nacional, sino basta con plantear leyes absurdas, inocuas, insustentables, basta con atacar por atacar, mejor dicho, insultar al otro. Hoy el significado de organización política es tan sólo sinónimo de cumplir los “requisitos formales” para la inscripción de partidos, es decir, conseguir (ya sea pagando, contratando, embaucando, desinformando o hasta falsificando) las 128 mil firmas que solicita la ley, los 65 comités provinciales (aun si muchos de sus miembros ni saben que son parte de él). Hoy debatir significa sacarse los trapos sucios; y generar ideas y proyectos sobre el país es tan sólo imprimir una serie de tomos que no dicen nada o un simple CD y presentarlo como la “gran salida” a todos nuestros problemas. Y por supuesto que hablar de educar sería ilógico, pues en la actualidad los “políticos” son los embajadores de la desinformación y la incoherencia, tienen tan sólo la virtud de la pantomima y el hipnotismo. Por último, la actual “clase política”, si es que realmente fuera digna de denominarla como tal, no ha entendido al país como un conjunto (auque creo realmente que no ha querido), no ha trabajado ni trabaja para convertirla en una sólida Nación. Ha podido más el afán desmedido y personal de poder que la lógica construcción de acuerdos nacionales en conjunto. Y aquí no hablo del denominado “Acuerdo Nacional”, que lejos haber sido una buena propuesta, no pasó de eso, convirtiéndose ella misma, o convirtiéndola sus integrantes, en un mero espacio de encuentro social en donde se discuten temas que ayudan a sobrellevar tan sólo la coyuntura.
Y entonces ¿qué nos queda por hacer? responder contundentemente a la pregunta que nos marca como espada nuestra realidad cotidiana, responder que sí necesitamos una nueva clase política, una verdadera clase, una que haga política en serio, que reedite lo mejor del pasado y plantee un nuevo camino, uno en conjunto. Requerimos reeditar aquella Generación del 900 con una nueva, una generación del milenio, un espacio que responda integralmente a los problemas nacionales y que exprese no sólo un cambio de figuras, nombres y logos, sino, principalmente y en esencia, una forma diferente de hacer y pensar la política.
Y esa nueva generación debe de erguirse como tal por mérito propio, no por cupos ni diezmos que obedezcan a dádivas de aquellos “dirigentes” del pasado, que se niegan a aceptar lo inevitable.
Y al igual que a comienzos del siglo pasado, esta nueva generación política tendrá diversas formas de entender, sentir y pensar el Perú, tendrán ideologías diferentes, serán de corrientes quizás disímiles, pero los unificará el criterio, la razón y el deseo de encontrar la política y acercarla a aquellos que son la base primordial y la razón de existir de ella misma: el pueblo, y de esta forma alcanzar el desarrollo y bienestar deseado.
Tan sólo me resta recordar aquellas palabras de Gonzáles Prada que hoy suenan tan cercanas: “... porque la generación que se levanta es siempre acusadora y juez de la que desciende...“...tendréis derecho a escribir el bochornoso epitafio de una generación que se va, manchada por la guerra ... con la quiebra fraudulenta y con la mutilación del territorio nacional...”

Dimitri N. Senmache Artola
Presidente de la CEDDH - Perú
dsenmache@democracia.org.pe
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jueves, setiembre 15, 2005

Para la reflexión: El analfabeto político

Para todos los amigos del Foro, estás palabras deben de ser parte importante y constitutiva de nuestra participación en el quehacer de nuestro país. Los que participamos del Foro NO SOMOS ANALFABETOS POLITICOS.
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Dimitri N. Senmache Artola
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"El peor analfabeto es el analfabeto político, el que no oye, no habla, no participa en los acontecimientos políticos (no sale a las marchas de protesta, añadiria); no sabe que el costo de la vida (el precio de los frijoles, del pescado, de la harina, del alquiler, del calzado y medicinas) depende de las decisiones políticas. El analfabeto político es tan animal que se enorgullece e hincha el pecho al decir que odia la política; no sabe el imbécil que de su ignorancia politicamente proviene la prostituta, el menor abandonado, el asaltador y y el peor de los bandidos: el politiquero aprovechador, embaucador y corrompido, lacayo de las grandes empresas nacionales y extranjeras".(Bertolt Brecht)
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miércoles, setiembre 14, 2005

Intelectuales sin masas, sin partido

El Perú tiene muchos intelectuales. Incluso diríamos que intelectuales para todos los gustos y lógicas. Algunos lejos y reacios al poder. Otros, saciados de sus lecturas y libros con disímil calidad ahora quieren ser lideres, sujetos con poder, forjadores de ilusiones. Los intelectuales peruanos son – aunque ellos no lo quieran – como el Perú: cambiantes, volátiles, erráticos en sus apuestas, también embargados por ciclos de pesimismos u optimismos. Pocos son consecuentes con sus ideas hasta el final. Y si lo son algunos – diría que muy pocos – son rechazados del poder; son vistos como elementos raros y hoscos. Aguafiestas que felizmente el sistema o el mundo mediático no les dan las cámaras que deberían.

La política es una doncella extraña y deseada para muchos intelectuales. Cuando nos referimos a intelectuales hablamos sobre todo de aquellos que profesan su pluma para proponer y ensayar proyectos, alternativas, soluciones, políticas y apelan a un sujeto o sujetos históricos. No nos referimos a lo estudiosos e investigadores de tantas disciplinas e intereses; a quienes leen en promedio 6 a 8 horas diarias y auscultan archivos y bibliotecas incansablemente. El intelectual que nos referimos está en el límite de la política. Los investigadores lejanos de la política son muchos y se refugian o se liberan en sus estudios, archivos, hipótesis. El poder les espanta, pero muchas veces circulan por él.

En los años 80, los intelectuales en su mayoría eran de izquierda. Y el paradigma era del intelectual orgánica al proyecto político era el modelo dominante. La Izquierda Unida tenían muchos intelectuales y un líder que según muchos no era un gran lector; pero Barrantes era el carisma que por décadas el mariateguismo no tuvo. El APRA tenía pocos intelectuales, pero sí los suficientes cuadros para fortalecer la propuesta política. Alan García inició su liderazgo en la década de los años ochenta y era indiscutible su ubicación intelectual, sus lecturas. Carisma e ideología personalizada. Otro tiempo de hayismo.

La derecha política no tuvo en esa década un intelectual. Mario Vargas Llosa estaba lejano de todo hasta que cometió el error de ser el vocero del mercantilismo financiero y sus políticos ya cuestionados. Hernando de Soto llegó con el “Otro Sendero”, pero siempre distante a los partidos y a pesar de su tema, distanciado de las masas. Su prestigio era internacional, pero no despertaba en los peruanos el don de predicador político que él mismo hubiese querido lograr. De Soto siempre estará en el límite del deseo de ser político, y no sólo el consultor de ellos.

En los años noventa el Fujimorismo hizo que los intelectuales rompieran filas. Se rompió la Izquierda Unida y sus intelectuales se convirtieron en un ejército de desencantos u optaron por diversos caminos. Algunos migraron como Jorge Nieto, quien ahora escribe bien, pero lamentablemente de tan lejos. La gran mayoría se fueron a las ONGs y a la cooperación internacional, no menos a la universidad privada. Pocos fueron orgánicos a una lucha antidictatorial. Muchos se mantuvieron callados y decidieron un perfil bajo. Pero, nunca me expliqué algunas cosas. Los artículos sobre las computadoras y la sociedad de la información que Nelson Manrique escribiera en El Peruano de los 90. Del cuasi insurgente semanario Ayllu al diario oficial del fujimorismo. ¿Alberto Flores Galindo, su compañero de principios, hubiese escrito en este medio?

Más político que intelectual es Henry Pease. Muchas generaciones lo leyeron por que era obligatorio hacerlo en el curso de Realidad Nacional en la Universidad Católica. Siempre segundo de Barrantes, hasta que fue necesario. Ha tenido el carné de varios partidos (IU, IS, UPP, PP). Sinesio López, uno de los más lúcidos intelectuales, dejó la hegemonía gramsciana por una admirable cátedra y luego una exitosa gestión en la Biblioteca Nacional. Julio Cotler desde “Clases, Estado y Nación”, ahora reeditada por enésima vez, no ha aportado nada más interesante. Muchos trabajos publicados después por el Instituto de Estudios Peruanos han aportado más, pero lamentablemente en una sociedad poco escribal y más visual, virtual y oral (Zapata y Biondi) ha tenido poca difusión. A Cotler, al igual que Pablo Macera podrían contársele muchas profecías incumplidas. Pero el final de Macera fue patético, el de Cotler no. El congresista del último y fugaz fujimorismo, acabo metido en el burdel que describió.

De los intelectuales de derecha pocos supieron resistir a los encantos del mercantilismo neoliberal. La gran mayoría se fue al Estado, al Diario Expreso, a todas las nuevas entidades públicas de “última generación”. Jalaron a sus amigos o parientes de la otrora izquierda y todo bien. En familia con las consultoría y los informes. Había espacio para ellos, no para todos. Nos quedamos, desafortunadamente, sin una reflexión y alternativa realmente liberal – democrática. Mario Vargas Llosa y Alvaro se quedaron solos. Fujimori hacía las reformas económicas y luego, ya sin populismos, vendría la nueva política, el segundo piso de una institucionalidad. Habría que esperar, soportando bien.

En estos tiempos hay pocos intelectuales como se llamaban orgánicos. Pero existen algunos. Solo dos casos: Wiener y Barnechea. ¿Qué diferencian a Raúl Wiener y Alfredo Barnechea? Varias cosas además del tema de la privatización o concesión del agua. Wiener es de izquierda, su obsesión ideológica lo lleva a los colectivos sin éxito mediático. Escribe con la ideología. Alfredo es distinto. Sabe que habla bien, escribe desde el centro y quiere ser líder desde sus escritos. Wiiener entiende el poder real, pero parece sentirse bien de crítico distante. Barnechea quiere llegar al poder. Aunque a su forma lo ha tentado siempre. En los 80 fue diputado por el APRA y muy fallido candidato a la alcaldía de Lima. En los años 89 y 90 rodeó a Mario Vargas Llosa. En 1995 cercano a Javier Pérez de Cuellar de la UPP. En el año 2000 se rumoreó su cercanía a Acción Popular desde su oda a Belaunde en el Centro Cívico. En el 2001 fue al reencuentro de Alan García y de la gobernabilidad. Ahora anhela ser el candidato de la juventud, con mucha televisión, pero sin masas y en busca de partidos que lo hagan líder de la necesaria reconstrucción nacional.

HACIA UNA SOCIOLOGIA DEL INTELECTUAL PERUANO
La precariedad de la sociedad peruana no permite intelectuales que no sean mermados en sus análisis equilibrado por el poder, la empresa privada o demonios propios. Quita lucidez la hiperideología o las fobias personales (Hugo Neira ha sido vetado muchas veces por sus comentarios irreverentes). Por eso no pocos de ellos se dedican al lobby, al contacto, al vinculo especial con los políticos y los empresarios, a cerrar a los que vienen atrás. Trabajo es trabajo y la reflexión por la reflexión no vende en el capitalismo peruano. No hay mercado para todos. Se necesita una sociología de los intelectuales peruanos de hoy. Que nos explique: ¿por qué algunos intelectuales son tan perfectos, tan acertados, tan imbatibles en sus argumentos, lúcidos y regios como se dice ahora, y no tienen ciudadanos que los sigan y no tienen partidos?, ¿por que intelectuales perfectos en el estilo no llegan a la gente, organizada o no?, ¿por qué fracasaron cuando hicieron o fueron parte de partidos? Mejor confiemos en la aparición de nuevos intelectuales que si encajen en este nuevo país, su política y sus masas. Que regeneren la inteligencia con mayor aciertos y sin mucha soberbia.
Javier Barreda Jara
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domingo, setiembre 11, 2005

¿"Pan y circo" o sólo "circo"?

El “clamor popular”, tan hábilmente tomado como un gran caballito de batalla por quienes poco o nada han hecho por el país, me hace recordar aquella respuesta que diera el gran escritor Jorge Luis Borges, cuando un periodista le preguntara: “¿cree usted en la democracia?”, y él, con una sonrisa sarcástica contestara: “realmente no, porque en una elección entre Jesús y Barrabás, siempre gana Barrabás”.

Hoy, en el contexto de un año preelectoral, con un Congreso sin credibilidad ni confianza, por supuesto que ganado a pulso por la incompetencia , el abuso y la corrupción de una gran mayoría de sus integrantes, hoy dichos personajes, autodenominados “representantes”, no encuentran una mejor forma de “lavarse el rostro” (el cual realmente está con mucha mugre), que apoyar propuestas tan incoherentes y descabelladas como el de aplicar la PENA DE MUERTE a los violadores de niños.

Para empezar, es necesario advertir que el estar en contra de la incoherente propuesta de retomar la pena de muerte para los pederastas no significa en absoluto que no condenemos drásticamente este delito. Es más, hoy por hoy, el Código Penal ya indica que para el delito de violación sexual a un menor de edad el juez puede llegar a aplicar la pena de CADENA PERPÉTUA.

Sin embargo, los mal llamados “padres de la patria” no encuentran mejor propuesta que PENA DE MUERTE para los violadores. Aquí ocurre lo mismo que en el tema de seguridad ciudadana, en el que la Comisión de Justicia del Congreso ha aprobado la disminución del monto para la configuración de un delito. Una vez más se le hace creer a la Nación que sus representantes están dispuestos a poner orden y disciplina. Pero no se le indica ni se le informa que ya en el actual Código Penal existen una serie de agravantes que hacen que un supuesto hurto simple (por ejemplo el de un lápiz) pueda convertirse en un robo agravado, penado con hasta veinticinco años de pena privativa de libertad, dependiendo de si son dos o más los que con violencia se apoderan de dicho lápiz. Pero por supuesto que ahora aparece el Congreso como el gran preocupado por la Seguridad Ciudadana, con propuestas de aumentar las penas y disminuir los montos que convierten una falta en un delito. ¡Qué gran mentira! Las leyes ya son drásticas, el país ya tiene las normas que pueden hacer frente con éxito a la delincuencia. El problema radica verdaderamente en el Estado, y ahora la incompetencia e ineficacia de los operadores del sistema penal (Policía Nacional, Jueces y Fiscales y el INPE) quieren subsanarla con medidas efectistas, supuestamente drásticas y que, para mayor beneficio de los faltos de capacidad política, incapaces de articular propuestas viables, prioritarias y necesarias, cuenta con el apoyo popular.

Hablar entonces de retomar figuras como la Pena de Muerte y de hacer más drásticas las leyes que buscan la Seguridad Ciudadana, no es sino hablar del clamor de los auspiciadores de tales normas, quienes, si oímos atentamente, en realidad nos dicen : “en estas elecciones, voten nuevamente por mi, aún cuando haya demostrado incompetencia, pues hago lo que el pueblo hoy me pide; claro que sólo lo hago cuando me conviene”. Lo más preocupante de todo ello es escuchar a ciertos “legisladores” decir: “... denunciemos la Convención Interamericana de Derechos Humanos y salgamos de la jurisdicción de la Corte si es necesario ...”. Lo que deberíamos preguntarnos todos es si el interés en denunciar a la Corte obedece sólo a este tema o existen realmente temores ocultos, como el de que no se investiguen los delitos de lesa humanidad que habrían cometido sus “jefes” en gobiernos anteriores.

En fin, como podemos apreciar, estamos asistiendo a una nueva función circense, por supuesto que poco entretenida, de quienes nunca demostraron seriedad ni prudencia en el gobierno, quienes lejos de preocuparse por generar desarrollo sostenible, no encuentran mejor forma que el imitar al ya fallecido animador Augusto Ferrando, actuando bajo el lema de: “eso es lo que le gusta a la gente; un comercial ... y regreso”.


Dimitri N. Senmache Artola
Presidente de la CEDDH – Perú
dsenmache@democracia.org.pe
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sábado, setiembre 10, 2005

Un blog para iniciar el debate

El Foro ya está agarrando pista (para empezar virtual) ... agárrense dinosaurios¡¡
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Sobre el Potencial Humano de nuestro país

“Potencial Humano” no es sinónimo de cantidad ni mucho menos de disponibilidad de un determinado número de personas, sino por el contrario, es la capacidad que tiene un país de utilizar su población, entendiéndola como un recurso, de la mejor forma, conociendo y reconociendo el potencial inmenso de cada ser y grupo de personas y administrando, de forma más eficiente, su distribución, teniendo siempre en cuenta su formación y la capacidad particular de cada uno de ellos.
En estos últimos 20 años, como resultado de la violencia política interna que nuestro país vivió y que aún no cesa en su totalidad, la población peruana sufrió un cambio radical en lo que respecta a su distribución, lo que originó que un país agrario por excelencia se transformara en uno despoblado en los sectores rurales e hiper-poblados en las zonas urbanas, especialmente en las capitales, como por ejemplo la ciudad de Lima, donde reside más del 30 por ciento del total de habitantes a nivel nacional. Ello sin duda afecta en diversas formas al desarrollo del país, pues genera un problema demográfico en las ciudades, donde el Estado será incapaz de resolver los problemas básicos de vivienda, salud y empleo.
Es muy cierto que el Estado se ha desvinculado con los pueblos y sus expectativas, que no ha tenido en cuenta el potencial que se esconde en dichos poblados, ricos en cultura y tradición milenaria, que han venido evolucionando hasta convertirse en expresiones de gran calidad artística. Este poblador, hoy abandonado y no integrado como un elemento esencial y prioritario para el desarrollo del país, es el que más tarde convertirá las materias primas en productos de gran valor, que transformara con su trabajo la riqueza de la tierra y trascenderá la barrera de las fronteras con su cultura.
El Estado, lejos de verlos tan sólo como una cifra, debe tomarlos como una herramienta importante, tanto por su cantidad como por su calidad. Por ello, es imprescindible destacar que la posibilidad del potencial humano está directamente asociada a la calidad de la educación, pues cuanto más conocimientos tenga la población, las transformaciones que sufran los recursos naturales, tendrán mejores resultados y mayor valor, ya que incluirán una mejor tecnología en su proceso.
El factor poblacional en países subdesarrollados suele verse como un lastre tan pesado como un ancla, que imposibilita al Estado lograr avances significativos en el proceso de desarrollo, lejos de ver en este factor a un aliado en su lucha contra la pobreza.
En las actuales circunstancias por las que nuestro país atraviesa, donde un mercado mundial, cada vez más voraz y con una tecnología muy avanzada, niega al Estado su rol protector, y sólo lo ubica como un ente facilitador y administrador de proyectos sociales, apostar por la gente no es tan irracional como podrían decir algunas personas. Este fenómeno ya ha sido vivido por países como Japón y China, los que si bien parten de realidades muy disímiles, apostaron por el recurso que en ellos abundaba y abunda aún hoy: su población. Actualmente, nadie puede negar que la mano de obra mejor calificada del mundo se encuentra en Japón y que su tecnología representa la vanguardia mundial.
Del mismo modo, el Perú cuenta con un pueblo, como ya se ha dicho, milenario en cultura, con tradiciones ancestrales, con una ciencia capaz de producir la tecnología más creativa como la de los andenes, con el conocimiento de la naturaleza y el dominio de la tierra necesarios para un desarrollo integral. Falta en todo caso, un Estado que sepa coordinar los factores económicos y el potencial humano y vincularlos a un gran proyecto nacional que sobrepase los gobiernos de turno y que vaya de la mano con la apuesta por la educación.
Finalmente, es oportuno añadir que si bien el Estado debe ver a la población en su conjunto como un gran aliado y potencial humano, ello no implica que no deban darse políticas de control de la natalidad, las cuales estén acordes al desarrollo de la economía, para que el aumento del índice demográfico no sea indiscriminado y no pueda afectar con ello el avance lento pero seguro del país.
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