Foro Generacional - Perú

sábado, setiembre 24, 2005

¿Necesitamos una nueva clase política?

Hace más de 100 años, figuras como José Carlos Mariátegui, Víctor Raúl Haya de la Torre, Víctor Andrés Belaunde, entre muchos otros, una generación política claramente consciente y programática, conocida como “la generación del 900”, apostaron por la construcción de un país, visto más como Nación que como territorio. Cada uno de ellos, con posturas, pensamientos y acciones diferentes, expresados claramente en libros como “7 ensayos de la realidad peruana”, “peruanidad” y “espacio tiempo histórico”, buscaban llevar a la práctica el sueño de una sociedad más justa.
Para ello convirtieron universidades, fábricas, escuelas, revistas y periódicos en verdaderos espacios de debate. Pero no era cualquier debate, pues no discutían temas intrascendentes, como el saber quién era más popular que el otro, es decir, no le interesaban las encuestas, sino que la discusión estaba centrada entorno a la problemática nacional y la preocupación por encontrar una posible solución y salida como país.
Una característica común era la juventud de estos pensadores, una juventud que en su tiempo no fue vista como sinónimo de inmadures, frivolidad o falta de seriedad, ni fue parametrada en temas como el deporte, la música o la mera diversión, sin que por ello fueran temas olvidados o no desarrollados por dicha generación.
Fue una generación que impactó al país como ninguna otra. Es a partir de sus propios discursos y pensamientos que se desarrollan dos de los partidos más clásicos y duraderos que ha tenido el país, como son: El Partido Comunista y el Partido Aprista Peruano, y la corriente Social Cristiana que hoy también tiene expresiones partidarias.
En esos años la política no se reducía a las apariciones mediáticas, claro que no existía la televisión, el cine era muy exclusivo y el medio masivo era el periódico, aunque su “masividad” no puede ser para nada comparable con la actual. Por ello, hacer política para esa generación era la expresión que definía el organizar movimientos, sindicatos, federaciones, era el producir literatura, discursos, manifiestos, era el plantear ensayos y estudios que posibiliten entender nuestra realidad, era debatir ideas en cuanto espacio fuera posible, era crear, dar dirección, movilizar, educar, confrontar, pero por encima de todo, era ser honesto, no sólo en el sentido económico, es decir, no ser ladrón, sino ser honesto con sus ideales, sus propuestas, sus ideas, ser honesto consigo mismo y con el país.
Ellos nunca se sintieron excluidos por la política, pues ellos eran la política, ellos la hacían, no por ocupar un cargo en el gobierno o poseer grandes recursos económicos, sino por impactar en ella directamente con cada acción o pensamiento. Por supuesto que supieron expresar la renovación de la clase política, pero la expresaron con organizaciones tales como la Federación de Estudiantes del Perú, los diversos sindicatos de trabajadores y obreros y revistas como “el Amauta”. Estos espacios no eran cascarón ni botín de partido alguno, sino que eran la manifestación de todo un movimiento de cambio. Así es que dicha generación pudo fundar las llamadas Universidades del Pueblo, donde se daba cátedra gratuita a personas sin recursos, donde la educación era el primer peldaño para lograr una plena libertad de expresión y conciencia. Esa fue la generación del 900.
Un siglo después, parece que al analizar nuestra historia pasada estuviésemos ante un cuento, ante una leyenda, o simplemente ante algo que hoy sería imposible de realizar.
Hoy, ante nosotros, se nos presenta la imagen más desaliñada y desprolija de la política. No hay necesidad de decir nombres o apellidos de quienes ahora han convertido el quehacer político en sinónimo de robo, engaño, abuso, desigualdad e injusticia. La mal llamada “política” en nuestros días es el antónimo de antaño, es desorganizar, corromper, no educar, confundir, ocultar, no debatir, pelear. Y el medio por excelencia es la televisión. Hoy podemos decir: “no existes en la política, no eres nadie, si no sales en la televisión”. Y para ello no es necesario que una persona salga a expresar ideas o posturas claras y sustentables sobre algún tema nacional, sino basta con plantear leyes absurdas, inocuas, insustentables, basta con atacar por atacar, mejor dicho, insultar al otro. Hoy el significado de organización política es tan sólo sinónimo de cumplir los “requisitos formales” para la inscripción de partidos, es decir, conseguir (ya sea pagando, contratando, embaucando, desinformando o hasta falsificando) las 128 mil firmas que solicita la ley, los 65 comités provinciales (aun si muchos de sus miembros ni saben que son parte de él). Hoy debatir significa sacarse los trapos sucios; y generar ideas y proyectos sobre el país es tan sólo imprimir una serie de tomos que no dicen nada o un simple CD y presentarlo como la “gran salida” a todos nuestros problemas. Y por supuesto que hablar de educar sería ilógico, pues en la actualidad los “políticos” son los embajadores de la desinformación y la incoherencia, tienen tan sólo la virtud de la pantomima y el hipnotismo. Por último, la actual “clase política”, si es que realmente fuera digna de denominarla como tal, no ha entendido al país como un conjunto (auque creo realmente que no ha querido), no ha trabajado ni trabaja para convertirla en una sólida Nación. Ha podido más el afán desmedido y personal de poder que la lógica construcción de acuerdos nacionales en conjunto. Y aquí no hablo del denominado “Acuerdo Nacional”, que lejos haber sido una buena propuesta, no pasó de eso, convirtiéndose ella misma, o convirtiéndola sus integrantes, en un mero espacio de encuentro social en donde se discuten temas que ayudan a sobrellevar tan sólo la coyuntura.
Y entonces ¿qué nos queda por hacer? responder contundentemente a la pregunta que nos marca como espada nuestra realidad cotidiana, responder que sí necesitamos una nueva clase política, una verdadera clase, una que haga política en serio, que reedite lo mejor del pasado y plantee un nuevo camino, uno en conjunto. Requerimos reeditar aquella Generación del 900 con una nueva, una generación del milenio, un espacio que responda integralmente a los problemas nacionales y que exprese no sólo un cambio de figuras, nombres y logos, sino, principalmente y en esencia, una forma diferente de hacer y pensar la política.
Y esa nueva generación debe de erguirse como tal por mérito propio, no por cupos ni diezmos que obedezcan a dádivas de aquellos “dirigentes” del pasado, que se niegan a aceptar lo inevitable.
Y al igual que a comienzos del siglo pasado, esta nueva generación política tendrá diversas formas de entender, sentir y pensar el Perú, tendrán ideologías diferentes, serán de corrientes quizás disímiles, pero los unificará el criterio, la razón y el deseo de encontrar la política y acercarla a aquellos que son la base primordial y la razón de existir de ella misma: el pueblo, y de esta forma alcanzar el desarrollo y bienestar deseado.
Tan sólo me resta recordar aquellas palabras de Gonzáles Prada que hoy suenan tan cercanas: “... porque la generación que se levanta es siempre acusadora y juez de la que desciende...“...tendréis derecho a escribir el bochornoso epitafio de una generación que se va, manchada por la guerra ... con la quiebra fraudulenta y con la mutilación del territorio nacional...”

Dimitri N. Senmache Artola
Presidente de la CEDDH - Perú
dsenmache@democracia.org.pe
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1 Comentarios:

  • Interesante articulo. Ademas historico. Gracias por invitarme a publicar en tu organizacion. Recien lei tu comentario en mi sitio (Blanca Nieves).

    Litta

    Por Anonymous Anónimo, A la/s 3:32 p. m.  

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